COLECCIÓN DE MISCELÁNEAS 93
“Una vez lleguemos al poder, tienes que hacer mis películas”. Hitler a Leni Riefenstahl (1932)
Martes, doce de agosto de dos mil veinticinco
Ayer, después de haber deambulado por el día como un zombi, primero por los caminos y luego en mi casa, por la noche, me tumbé en mi patio de clausura a ver un documental sobre Leni Riefenstahl, de Andrés Veil (2024).
Obviamente es un documental biográfico, sostenido por entrevistas a esa mujer a lo largo del tiempo, y, sobre todo por imágenes de sus documentales.
Mi interés era comprobar si la supuesta brillantez de su obra fotográfica era tal y, sobre todo, si el personaje tenía sustancia personal y moral como para sostener una singularidad histórica tan relevante.
A lo primero, la respuesta solo podía ser afirmativa, ya que fotográfica y documentalmente, su obra fue genial: innovación en los encuadres y tratamiento técnico y argumental, así como su sentido épico (o filosófico si se quiere) en el concepto y el espíritu del espectáculo visual que es incontestable. Creaba imbuida de un sentido trascendente y fotográficamente wagneriano (salvando las indudables distancia, claro). Era una convencida idealista, esa abstracción que tantos infiernos provoca.
A lo largo del documental aparecen también fotografías realizadas en África, editadas en lujosos libros, que demuestran su gran talento para la foto fija.
Pero claro, dado que fue una artista macerada en la vitriólica sustancia del nazismo, de la que obtuvo tanto y tanto, como por ejemplo, abundantes recursos para sus producciones, es preciso evaluarla, también, a la luz de ese hecho determinante y siniestro.
“…En El triunfo de la voluntad, el documento (la imagen) no es solo el registro de la realidad; la “realidad” fue construida para servir a la imagen». Susan Sontag (1975). Claro y la realidad era la que era, y no otra o puro azar.
Leni Riefenstahl, además de mentirosa (todo por gozar del poder) era nazi, por supuesto; otra cosa es que quisiera hacer creer al mundo que era una ingenua y una buena alemana.
Por ejemplo, ella se defiende, entre otros argumentos, diciendo que nunca había leído Mi lucha; sin embargo, en una entrevista en el Daily Express, en abril de 1934, declaró haber comprado Mi lucha en una librería camino al rodaje de La luz azul: «Llevo el libro conmigo. En cada descanso. En el tren. Junto al agua. En el bosque. Después de leer la primera página, soy una nacionalsocialista convencida». ¿Verdad o mentira?
Lo que si fue verdad es el telegrama que envió a Hitler cuando los alemanes entraron en París:
“Con una alegría indescriptible, profundamente conmovida y llena de gratitud ardiente, compartimos con usted, mi Führer, su mayor victoria y la de Alemania, la entrada de las tropas alemanas en París. Usted supera todo lo que la imaginación humana tiene el poder de concebir, logrando hechos sin paralelo en la historia de la humanidad. ¿Cómo podemos agradecerle alguna vez? Felicitarlo es demasiado poco para expresar los sentimientos que me conmueven”. Leni Riefenstahl, 1940).
En las entrevistas, ya como artista vieja (murió a los 101 años), que aparecen en el documental, esgrime lo manidos, desvergonzados y repugnantes argumentos de desconocimiento de las monstruosas matanzas de los nazis. Los jerarcas nazis, como Albert Speer (arquitecto y ministro de Hitler), una vez liberado, y la propia Riefenstahl, hacían bolos por televisiones y revistas del mundo contando su pasado nazi (contrastaban las tarifas que cobraban). No puede ser tan fácil, de verdad que no.
La mayor parte del documental lo vi asqueado ante tanta mentira y el pretendido blanqueo del documental de semejante arpía, patética y ridícula (su cara, aunque fue una mujer muy bella, de vieja es la encarnación pura de la retorcida perversidad).
No, no creo, y reconozco mis dudas al expresarlo, que el arte pueda salvar al artista de su responsabilidad moral. El mundo puede admirar sus obras, y en el caso de Riefenstahl sus imágenes, por cierto, tan obsoletas ya, pero no hay porque salvarla a ella. Yo no, desde luego.
La Fotografía: Una de las entrevistas que se incluyen en el documental, no sé de qué año. Esta mujer se pasó sesenta años eludiendo su feo papel de defensora, participante y propagandista artística máxima del nazismo durante quince años, al menos. Se prestó y aceptó la gloria que le ofreció el fascinante fascismo (título de un ensayo de Susan Sontag), porque sí, porque el género humano tiende a integrarse y comprometerse con los movimientos sociales y estructuras de poder ganadoras.