20 JULIO 2025

© pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Fecha de diario
2025-07-20
Referencia
10671

DIARIO ÍNTIMO 128
“Los amantes desnudos se abrazan y sus dos cuerpos forman un laberinto sinuoso en el que la tersura de la carne importa menos que la certeza de la entrega mutua”. Antonio Muñoz Molina
Viernes, dieciséis de julio de dos mil veinticinco

El miércoles, después del Palacio de Liria (Monólogos sobre arte, de ayer), me encontré con Rocío en torno a las dos, en la calle Guzmán el Bueno. Nos dimos un gran abrazo, llevábamos demasiado tiempo con ganas de reencontrarnos. Era la hora de comer. Buscamos un restaurante, que encontramos, lo único malo es que no resultó especialmente bueno, pero no nos importó demasiado porque lo esencial es que teníamos ganas de vernos y ahí estábamos compartiendo una mesa y tiempo por delante, sobre todo eso, tiempo deseado.
Después de comer habíamos decidido previamente que vendríamos a mi casa, a Toledo. Pasamos la tarde-noche juntos. Hacía años que no tenía intimidad con una mujer y para mí fue especial, enervante e intenso. Emocionante.
El día siguiente, por la mañana, temprano, decidimos dar un paseo por la ciudad, siguiendo un recorrido muy querido por mí y que Rocío no conocía. Circunvalamos por la misma base del empinado alto que es la ciudad histórica, siguiendo el cauce del río, de puente a puente (Alcántara-San Martín).
Es un paseo especialmente bello e intrincado, con la ciudad sobre nuestras cabezas. La ciudad se siente encima con toda su complejidad y los muchos siglos de irredimibles claroscuros. En el libro fotográfico de Toledo de mi amigo Carlos Villasante, Luis Racionero escribió un bello texto sobre la ciudad, uno de los más sutiles, geniales y lúcidos que yo conozca en la que dice sobre ella que es “-complicada, polimorfa, hermética, recelosa y secreta…” además de otras encendidas figuraciones poéticas, profundas y sugerentes sobre la inaprensible ciudad.
A medida que avanzábamos con una amigable brisa de compañía, con el río pegado a nuestro caminar, frente a nosotros, al otro lado del exhausto río, se iban desplegando los ásperos y vertiginosos montes que Ortega y Gasset definió como, breñosos, crudos, estériles… pero que para mí no son tanto eso como sí una perfecta y virtuosa composición natural que otorga sentido al paisaje y a la ciudad misma. Sin esos hoscos cerros que la abrazan la ciudad no habría sido la misma, ya que es el paraje circundante el que inspira su orografía, textura e infunde una personalidad especial a ella misma y a quienes fueron y somos sus habitantes.
Ascendimos hasta las primeras calles de la ciudad, desde las simas del río, hundido, lamiendo las rocas del fondo,  por el puente de San Martín, y desde ahí, a través de la judería, luego hacia la zona mudéjar y desde ahí a la cristiana (Catedral). Continuamos hacia el centro comercial histórico, la plaza de Zocodover.
Desayunamos en un bar del Centro (La Abadía), y volvimos a casa. El paseo había sido espléndido.
A las doce y diez acompañé a Rocío a que tomara su tren de las doce y media a Madrid, donde vive.
Para nosotros se ha abierto una posibilidad vivencial que exploraremos y aún es pronto para imaginar hasta dónde. Todo se vivirá, todo se experimentará y decidirá. Todo acaba de empezar.
La Fotografía: Antes de llegar a la gran plaza toledana, que es una pequeña plaza en el mundo (no tenemos grandes plazas en la ciudad), nos desviamos hacia la de la Magdalena (también pequeña), donde se encuentra el arco de entrada al Corral de Don Diego: hasta el siglo XII y principios del siglo XIII fue un corral de tipo islámico, donde estuvo situada la “Plaza de los Cambios o de los Cambistas”, que funcionaría como alcaicería o mercado al por mayor de productos de artesanía como la seda”.  Durante muchos años, desde que yo recuerdo, siempre ha estado cerrada la zona del fondo y la de entrada abierta pero apenas sin vida, hasta que recientemente ha sido rehabilitado el conjunto hermosamente. Me gusta mucho como ha quedado y quise enseñárselo a Rocío. Merecía la pena, creo yo.

Pepe Fuentes ·