Diario de un hombre Intranquilo 3
“El problema de la pobreza es que acaba transformándose en miseria y la miseria es un estado moral”. Manuel Vilas
Domingo, trece de julio de dos mil veinticinco
Ayer, cuando dejé a Mi Charlie con su copropietaria, me acerqué a comprar tres plantas que se me han secado. No me ocupo lo suficiente de mi minimalista jardín de jardineras de mi patio de clausura y de otras zonas de la casa.
El entorno está soportando una cierta presión ambiental de gatos y personas (y yo, también). Lo que hace tan solo un año era un remanso de soledad y silencio, ahora está seriamente alterado. Decenas de gatos han tomado al asalto la zona y defecan por todos lados, sobre todo en mi calle que la tienen invadida de sus excrementos malolientes plagados de moscas.
Me dirijo al ayuntamiento con escaso resultado ya que hay una conciencia colectiva hipersensible hacia el bienestar animal, que mira tu por donde conlleva directamente al malestar humano. Por si fueran pocas las adversidades, en el exiguo barrio donde vivo (dos calles), hay una brigada de viejos demenciados que los suministran comida y agua. Están fanatizados y se comportan de un modo agresivo si suponen alguna amenaza para los comederos que tienen instalados para gatos que no son suyos, por supuesto. Parece que para ellos es su principal y único fin en la vida que ni siquiera tienen. Esa circunstancia es directamente proporcional al aumento de crías y numero de cagadas en mi calle. ¡Un puto asco! El ayuntamiento solo limpia una vez a la semana y siempre que las cagadas estén secas, porque si no, tampoco.
Naturalmente, los gatos, los indudables ganadores de la crisis de limpieza y medioambiental, a lo suyo, a reproducirse sin fin.
Pero mis adversidades, nuevas, porque antes no sucedían, se extienden a una banda de okupas en una propiedad abandonada y ruinosa colindante con la mía. Concretamente con mi patio de clausura.
Anoche estaban alterados, se enfadan mucho entre ellos y discuten a grandes voces en las que se percibe una gran agresividad, tanta que no es difícil imaginar que en cualquier momento pueden llegar a las manos o a algo peor. El otro día interrumpieron su gresca a las diez de la noche, más o menos, y se hizo el silencio. Pero, a las dos de la madrugada la reiniciaron (quizá se habían ido de paseo), y eso supuso que Mi Charlie se pasó cerca de una hora ladrando a las voces de los vecinos sobrevenidos.
El miércoles pasado fui al ayuntamiento a presentar un escrito para que se ocupen de requerir al actual propietario para que se ocupe del saneamiento, así como del vallado del solar abandonado colindante con mi casa, ya que es de libre acceso para cualquiera. En el escrito argumenté el grave riesgo de incendio dado la gran cantidad de muebles viejos y abandonados y la mucha vegetación que pronto se convertirá en fácilmente combustible. No me harán ni caso (nunca lo hacen) los descomprometidos e indolentes funcionarios. A veces los escribo, otras voy a verlos (siempre reaccionan a la defensiva como si plantearles un problema supusiera que les estás insultando o perturbando su tiempo de paz y meditación, privadísimo e inviolable, por supuesto), y otras los llamo. Alguna vez me hacen caso, en lo muy fácil, como por ejemplo baldear con agua zonas de mal olor por los excrementos de gatos.
La Fotografía: A las ocho de la mañana, han llegado a las ruinas okupadas un tipo con un bote de cerveza en la mano y detrás una mujer, joven también, que daba la impresión de que era una invitada porque le preguntaba al tipo que la precedía por donde tenía que avanzar entre la tupida vegetación y el basural que es todo el recinto. Esta mujer era alta, carnosa, con un vestido apretado y larga melena negra. Maquillada, o eso me ha parecido, ya que los he visto fugazmente desde la terraza de mi casa en la que arreglaba una avería del riego de mi microjardín. Después, otros dos tipos de parecida edad han llegado a la guarida. A las nueve, una mujer delgada, vestida con un vestido rojo corto y pelo rubio desgreñado, ha salido de la habitación-basurero (foto) canturreando una estrofa con estilo aflamencado: “… aquí estamos, al borde de la muerte…”, y se ha dirigido hacia abajo, donde hay más habitaciones ruinosas en el que ya se encontraban varios de sus colegas, hombres y mujeres. A las diez, ya gritaban con ganas, unos contra otros. Luego, silencio; ahora, a la una y desde hace dos horas, no se oye nada. Pero lo mismo me estropean la siesta.