EL LIBRO DE LA RISA
Canicida. El Perro de Pompeya. Sucedió más o menos así: yo miraba y me movía confiado en torno al perro con la intención de fotografiarlo. En ese momento llegó un señor charlando animadamente con otros; quiso ser simpático con él e hizo intención de acariciarle la cabeza, el perro gruñó y mostró los dientes. El señor estaba tan encantado consigo mismo que ni se enteró. Creo que si lo hubiera tocado lo habría mordido y la situación habría sido otra. Hice la fotografía y, desde luego, ni se me ocurrió tocarlo.
14 MARZO 2005
© 2003 pepe fuentes