Esta es mi bocina, me acompañó durante años y ahora la conserva mi hijo. Es un objeto sin importancia, aunque para mí era muy útil. Cuando divisaba algún intruso a lo lejos la hacía sonar para avisarle que le había visto. También me servía para dirigir a los ojeadores los días de cacería, montado en mi caballo desde dónde la hacía sonar a derecha y a izquierda para indicarles que apresurarán o retardaran el paso. Eran mis mejores días, cuando se ponía a prueba mi trabajo de todo el año. Vestido reglamentariamente: traje de pana, franja ancha de fieltro verde a lo largo de la botonadura, bandolera de cuero con el distintivo metálico de mi condición y finca a la que pertenecía y sombrero de cazador de ala ancha. Montaba a caballo y dirigía a 25 o 30 hombres con banderas y silbatos que llevaban las piezas hasta los cazadores. Cuando todo acababa, generalmente bien porque tenía oficio y sabía de campo y de caza, me felicitaban y me daban una propina.
11 SEPTIEMBRE 2005
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