Luisa, mi mujer, siempre estaba dando vueltas a lo que podría ser mejor para nosotros y especialmente para el niño. Empezó a pensar en un sitio que nos ofreciera mejores oportunidades; allí nunca saldríamos de la miseria. Llegó el momento de irnos de esta casa. Lo sentí, me había acostumbrado a vivir en ella, sobre todo porque sabía hacer todo lo que se necesitaba para estar allí. Pero la casa sólo podía empeorar, vivir en ella resultaba difícil: frío en invierno y calor en verano, estábamos lejos de todo y en diez años no habíamos mejorado en nada. El dueño de la finca era un tipo que me daba muchos problemas, no estaba bien de la cabeza y me pedía cosas que yo no quería hacer como concursar en campeonatos de tiro. Si seguíamos allí, con el paso del tiempo todo sería más difícil, eso me repetía constantemente mi mujer y tenía razón.
16 SEPTIEMBRE 2005
© 1979 pepe fuentes