Ellas no son inocentes; me hacen daño. No puedo parar de crearlas y como si fuera un monstruo de mil cabezas que se adhieren a mi garganta, cuantas más nacen mayor es la sensación de asfixia; me narcotizan con dulzura, como un veneno hechizante de efectos somnolientos que me sumergen en un estado de automatismo y obcecación del que no puedo, o quizá no quiero, liberarme. Me poseen y no puedo parar y eso es PELIGROSO, además de estúpido.
10 ENERO 2006
© 2005 pepe fuentes