(domingo por la mañana.) Dejaban el coche en la explanada, se acercaban al borde del precipicio, frente al mar y al viento, miraban un rato y recorrían el límite de la tierra con el aire. Al rato se marchaban y llegaban otros que hacían lo mismo; así muchas veces y durante bastante tiempo, todo el que estuvimos allí. No parecía que ninguno de los que deambulábamos por Cabo Espichel tuviéramos algún propósito más allá de ir y venir, mirar un rato al mar, sentir el vértigo bajo los pies y el viento en el rostro.
26 ABRIL 2006
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