El otro día, un conocido de hace mucho años, luego de mi edad, más o menos, que también fotografía y que acaba de colgar un sitio propio en la red, preguntaba qué me parecía su web (supongo que a mí y a trescientos más) y claro, yo que sé (aunque por cortesía aventuré un juicio). Qué importancia puede tener mi opinión (o la de cualquiera) en su equilibrio como actor-creador? Él hace lo que tiene que hacer, y su motivación, la suya, es lo único que debe importarle. Las opiniones sólo pueden entorpecer. A mí también me gusta que opinen (bien) sobre mi trabajo, debe ser porque, en general, nos encontramos muy solos y queremos que otras gentes nos acompañen en nuestro deambular aterido y desorientado. Pero no, no conviene engañarse, lo de cada uno, a los demás, les importa una «mierda», salvo el tiempo que les dure la risa del chiste que les hayas contado. Como esto es una certeza que ha invadido mis entrañas y se encuentra en un estado de metástasis irreversible, no pido opiniones a nadie sobre lo que hago; si alguien me dice que le gusta, yo, inevitablemente, le quiero un poquito, y si no, que le «zurzan con hilo verde«, (que como ya sabéis, es una frase afortunada de mi admirado Javier Tomeo), o ni siquiera eso.
21 JUNIO 2006
© 1978 pepe fuentes