El otro día tuve un sueño inesperado, (como todos), sin duda inducido por la tormenta de nazionalsocialismo (pueblerino) que azota el país donde nací y vivo. Es un asunto que, sin importarme demasiado, no deja de causarme cierta perplejidad después de que hace sólo sesenta años se viviera la tragedia hitleriana. Bien, a lo que iba, la pesadilla se me presentó con un hiperrealismo iconográfico estremecedor: se trataba de la presentación del gobierno de la nueva república independiente de La Mancha (los de Guadalajara se habían constituido en república alcarreña), presidida por José Bono, con Pedro Almodóvar de ministro de cultura garbancero-manchega, y todos bajo una gran bandera. Un escalofrío me recorrió la espalda y el cuerpo comenzó a temblar de pánico. No, no era posible que nos viéramos inmersos en un guión de telenovela barata; hacernos mundialmente famosos por nuestras «esencias» kitsch, horteras, casposas, grasientas y gordezuelas, gracias a nuestros insignes y oníricos gobernantes (por cierto, ambos habían llegado al poder invocando vírgenes todo el día). Cuando empecé a recuperar la conciencia grité vámonos! vámonos! -dónde?, me preguntó Naty. -A Surinam, a Surinam, contesté- Al rato, un poco más calmado, me dije: no, eso no puede pasar; no nos lo merecemos y además nosotros no somos así, eso queda para las gentes menos evolucionadas de este país.
Esta fotografía, y otras muy parecidas, que aparentemente nada tienen que ver con la historia que acabo de contar, aparecerán en el diario cada vez que hable de la peste nazionalista que nos abruma, porque, estos menhires, (contradictoriamente bellos, por otra parte) son una metáfora perfecta para ilustrar asentamientos mentales protohistóricos.