Cuando la acción artística se aleja del sentir del artífice, puede devenir en un ejercicio esteticista o lo que es peor «conveniente» para el mundo o para el estómago del artista (incluida la vanidad que también se puede localizar en el interior de ese órgano). En ese supuesto, el hecho de «hacer» puede ser un mero acto de voluntad, o profesional, u obedecer a un guión predeterminado, reservado a ese individuo, y ni siquiera escrito por él. La obra, entonces, será la consecuencia de un compromiso objetivo y en esencia extraño al hecho expresivo. Quizá ésta sea la razón de que muchas obras nazcan muertas, pero esas se descubren por el olor: hieden. Hay otras, vacuas también, que resultan más difíciles de diagnosticar, las «bienintencionadas»: estas no responden a motivaciones espurias, sino a simpleza o falta de talento, como por ejemplo la fotografía que ha tocado hoy.
22 JULIO 2006
© 2002 pepe fuentes