La fotografía, como revelación postmoderna para mostrar lo «real» sólo como aparente: al escenario fisico habría que añadir una cuarta dimensión, el tiempo; ese en el que se desarrollan nuestras vidas, conformado por infinitas formas e inconmensurables espacios, ocultos a «priori» por la veladura de la mirada convencional o prejuiciosa. La fotografía, como mecanismo o intérprete inmediato de un más allá confirmado y verificado por la mirada intransferible del individuo-que-fotografía, y por lo tanto potencialmente diferenciada al convertir la acción reproductora en irreproducible en otro, resulta un recurso nuevo y potente para reinterpretar el mundo desde la propia mirada. Sin embargo, su indudable utilidad para la redefinición del individuo es un arma de doble filo para el oficiante-fotógrafo, pues su aparente facilidad también contribuye a descubrir su ineludible desenfoque y su confusión frente a un mundo cada vez más ininteligible, lo que, unido a la inercia vertiginosa de un enloquecido desarrollo tecnológico, sitúa a ambos al borde del frustrante precipicio de una postmodernidad inasible.
2 AGOSTO 2006
© 2006 pepe fuentes