Termino como empecé: a vueltas con mi cabeza. El relato del mes me ha salido escasamente cerebral; más bien ha resultado craneal. Ya decía el primer día que a mí me gusta más el continente que el contenido (como se puede ver en la imagen de hoy, hace ya veintiséis años que me preocupaba lo que (no) pasaba dentro de mi cabeza). Nunca me he sentido cómodo con mis capacidades racionales (eso no quiere decir que sea completamente estúpido, sino que me sustento sobre otros valores que todavía no sé cuales son). Vengo observando, además, que en los últimos tiempos me alejo más y más de mi cerebro; nunca he estado cerca, pero la distancia ya es de cansancio. La vida que llevo ahora no precisa de ese mecanismo para casi nada de lo que tengo que hacer: se han consumado todos los fracasos posibles y no necesito medirme con nadie para sobrevivir. Sólo trabajo por cuenta propia en recabar datos que me construyan y me deconstruyan; que me formen y me deformen (a ver si al final consigo saber algo). Rindo cuentas ante mí mismo, y si no cumplo con el propósito, mejor, porque así estaré más cerca de consumar mi más auténtica experiencia.
«En cada cabeza humana se encuentra la catástrofe humana que corresponde a esa cabeza.»
Thomas Bernhard.