Permanezco impávido y ligeramente neurasténico en una orilla de la corriente, con el sol a la derecha y ligeramente a mi espalda (imperativo fotográfico). A mi alrededor la gente habla, las mujeres hablan, todos hablan. Los procesionarios no, y se mueven en sentido unidireccional, como siempre sucede con estos sujetos. Unas señoras a mi lado, vestidas de fiesta, se dedican a molestarme poniéndose delante y a aturdirme con una conversación en torno a bordados, lo «bonito» que les parece todo lo que ven y lo admirable de la solemnidad de la ceremonia. A estas alturas estoy abrumado y mi tono vital desciende alarmantemente. Me entristecen los uniformes, el inacabable desfile de personas serias y la conversación atolondrada de mis vecinas. En un altavoz un individuo dice «viva la sagrada eucaristía». No sé lo que significa, pero no digo viva; yo no digo «viva» a nada ni a nadie.
20 SEPTIEMBRE 2006
© 2006 pepe fuentes