Nunca me han atraído las motos, es más, no sé montar en moto, salvo de «paquete» pero me da muchísimo miedo, siento un vértigo insoportable cuando toman las curvas; siempre pienso que las ruedas resbalaran, la moto se caerá y yo no podré contarlo porque me mataré en la caída. Lo cierto es que esas sensaciones son un recuerdo remoto porque hace décadas que no me subo a ese inestable artilugio. Lo del sidecar es otra cosa, es un punto de apoyo, un tercer elemento que refuerza el difícil equilibrio de dos (sólo me refiero a ruedas). El hecho de que hubiera una moto en una iglesia y además con sidecar, me pareció sumamente divertido. Ambas eran viejas y decrépitas, luego la composición resultaba más interesante todavía; aunque quizá me hubiera gustado más fotografiar una de carreras, o quizá mejor una flamante Harley en el altar mayor de una catedral. En fin, la realidad a veces no se comporta como debiera; aunque el espíritu del motorista, con gabardina blanca al lado de la moto, es difícilmente superable.
22 OCTUBRE 2006
© 1984 pepe fuentes