Desde el angosto camarote, pretendidamente elegante, realicé esta otra fotografía para que no haya ninguna duda de mi corta e insustancial experiencia marinera (pequeña digresión literaria sobre el tema: recomiendo calurosamente el divertidísimo libro de David Foster Wallace, Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer). Olvidaba que estaba hablando de mi sesión de revelado de hace un rato. Dejo secándose los rollos y me largo a caminar un poco. Lo hago por dos razones: la película necesita en torno a dos horas para secarse y porque está diluviando y a mi me gusta caminar lloviendo, sobre todo porque a la gente no y así no me la encuentro. La ciudad (la innombrable) está sumida en una penumbra resbaladiza y, al fondo de las escasas puertas abiertas, se divisan patios umbrosos de una tristeza vieja y polvorienta (hay pocas materias más desoladoras que el polvo húmedo acumulado en ciudades tristes). Decido volver a reencontrarme con mis rollos, que ya estarán secos, porque noto que, a medida que camino sobre los adoquines solos, me oscurezco sin causa.
3 DICIEMBRE 2006
© 2006 pepe fuentes