Sigue lloviendo. Corto cuidadosamente la película ya seca y la guardo en sus respectivas carpetas. Después de comer, pasaré la tarde en una de las tareas que más me apasionan del proceso: revisar resultados, evaluar y elegir las fotografías que me interesan sobre el negativo. Cuando me dedico a ella me olvido del mundo y siento una creciente angustia a medida que se me van acabando los rollos a revisar. La fotografía en soporte tradicional tiene una ventaja impagable para mí: el tiempo de espera desde la toma al revelado es un intervalo pleno de expectativas. Recreo mentalmente las fotografías que he realizado e imagino resultados, las idealizo; es un estado próximo al del enamorado que espera una próxima cita. Si tardo en revelar, más dura la ensoñación, y si, por las circunstancias que sean, el tiempo transcurrido es tal que me suponga olvidar algunas de las fotografías realizadas, el reencuentro es una experiencia gozosa y, en el caso de que, además, haya alguna fotografía especial, puedo afirmar solemnemente que, en ese instante, la felicidad existe. No creo que la instantaneidad del soporte digital me pueda ofrecer tan intensos momentos. Ésta, realizada nada más desembarcar, la olvidé inmediatamente, por lo que no la acarició ningún sueño; sin embargo, una vez revelada, comprobé que me agradaba, aunque sin pasión.
4 DICIEMBRE 2006
© 2006 pepe fuentes