Era una mañana de noviembre en la que el frío y la niebla se pegaban al ánimo. Circulaba por una carretera sin rumbo fijo. No muy lejos, al lado de un camino, divisé un cementerio abandonado; me desvié y llegué sin dificultad frente a la puerta oxidada que se movía a impulsos de un viento desapacible. En el interior, entre una maleza seca y podrida, se adivinaban algunas tumbas con nombres de hacía muchas décadas, nombres que se desvanecían sobre piedras también oxidadas. Hice esta fotografía, secreta y levemente anónima, para recordar aquella mañana cualquiera, en un cementerio olvidado de una carretera sin importancia, por la que avanzaba sin rumbo fijo, a la caza de alguna imagen que me protegiera del frío y la niebla de noviembre que se me pegaba al ánimo.
27 ENERO 2007
© 2004 pepe fuentes