17 ABRIL 2007

Como nunca me rindo (es curioso, a lo mejor es verdad la frasecita «los derrotados que nunca han sido vencidos» que  nunca he entendido muy bien), también salgo al día siguiente con la cámara y un rollo de 36 fotogramas dispuesto. Dos horas de caminata subiendo y bajando por culpa de mi elección del itinerario. Estoy dispuesto a exponer todo el rollo a impulsos de lo que se me ocurra, que no parece vaya a ser gran cosa. Todo es fotografiable pero el asunto es el sentido (el propio, que es el único que me importa). He renunciado a las fotografías monumentales: hay demasiadas, más de las que se pueden digerir; prefiero el azar y contar mi pequeña historia. Voy despejando el camino y noto que me encuentro más cómodo e interesado descubriendo mis cosas (grandes y pequeñas). Lo demás son temas y más temas, tesis y más tesis, ideas y más ideas, conceptos y más conceptos, actualidad y más actualidad, formatos grandes y más grandes; mercado y más mercado. No conozco camino más corto para llegar a lo esencial que avanzar por territorios íntimos y susurrarse al oído lo que se descubra; también al otro, al oído del otro, de uno en uno.