En mi calle vive un hombre de ochenta años. Fue soldado con mi padre, que hubiera cumplido esa edad este año. Vive un poco más abajo, enfrente: se llama Juan (cuando me ve me habla de mi padre, del hombre que fue hace 60 años). Le observo afanarse a diario ágilmente, desde mi atalaya (negra por fuera, negra por dentro); durante horas, en sesiones de mañana y tarde, ordena y limpia un pequeño terreno a la espalda de su casa donde acumula objetos y los mueve de un sitio a otro constantemente. No cultiva nada, sólo parece que cambia las cosas de sitio y limpia lo limpio obsesivamente. Como un pequeño conquistador aplicado y ambicioso va ganando terreno, metro a metro, a la nada. A pesar de que le observo atentamente, no consigo saber qué hace y para qué. Quizá todo sea un juego para evitar sentarse a esperar el final, porque todos sabemos que si nos paramos llegará mucho antes. Quizá Juan, mi vecino, es un hombre sabio al que no pregunto sobre lo que sabe, porque yo con los vecinos no hablo y no lo hago porque no sé de qué se habla con los vecinos.
19 ABRIL 2007
© 2007 pepe fuentes