El problema (o la solución de aquel momento) es que mientras ellas siempre tenían veinticuatro, a mi el paso del tiempo se me fue de las manos y ya no tenía veinticinco años (como el otro día), sino treinta y seis. Muchas cosas habían cambiado en once años. Creo que mi vida mejoró porque los tiempos y el ambiente eran más respirables. Habíamos salido del pozo de los años setenta, tan sórdidos y rudos (algunos siguen instalados en ellos), los ochenta habían sido excitantes y sobre los noventa, todavía no sabíamos pero prometían, o al menos teníamos ganas de vivirlos.
4 MAYO 2007
© 1990 pepe fuentes