El mismo día de la paloma (la de ayer) y después de que me diera el esquinazo, me adentré en el campo. Era por la tarde: había algunos árboles a lo lejos y a mi alrededor un descampado feo y antipático. El cielo amenazaba lluvia, pero no me importó. Cuando estaba en el punto más alejado del itinerario que me había propuesto comenzó a llover con fuerza. Sólo quedaba caminar y aguantar. El agua me resbalaba por mi rapada cabeza y por la cara. La ropa se empapaba poco a poco y sólo oía el ruido sordo del agua sobre la hierba y mis pasos lentos y despreocupados sobre el barro.
17 MAYO 2007
© 2007 pepe fuentes