Vuelvo a la carretera y continúo hacia el oeste. Ciento veinte kilómetros después, llego a un pueblo que conozco poco. Paro y deambulo por las orillas de un río que pasa rozándole. Tienen un bonito puente y un poco más abajo, una presa vieja y casi reventada. En la orilla, una antigua fábrica o molino también semiderruído y abandonado al deterioro. A los del pueblo no parece importarles en absoluto la belleza del lugar, por lo que el misterio ha crecido libremente entre sus restos. Menos mal, me digo. Me cuelo por una ventana y me adentro por habitaciones de techos abovedados con huecos abiertos en el suelo por dónde baja el río furiosamente.
21 JUNIO 2007
© 2007 pepe fuentes