Lo de charlar con desconocidos no es lo mío, pero empiezo a sospechar que algo está cambiando en mi ánimo, porque últimamente lo hago con frecuencia (seguramente se me pasará pronto).
-Hola, qué tal, parece que hace bastante calor- les digo
-Sí. Qué bonita cámara tienes- me dice él
-Es una antigüedad, pero magnífica. Me gusta mucho ¿Hacía dónde vais?
-A Sudáfrica- me contestan
Por un momento me parece no haber oído bien. Para salir de dudas les pregunto:
-¿Cuanto tenéis previsto que dure el viaje?
– Un año –
No me dijeron si ese tiempo es sólo de ida o también de vuelta (la cosa cambiaría bastante). Les observo con más atención. Ambos deben tener en torno a veinticinco años, delgados, sonrientes y con facciones aún sin formar del todo (les faltan algunos años de maduración, o quizá conseguir llegar a Sudáfrica y volver). Me dicen que son licenciados: él biólogo y ella ingeniero de telecomunicaciones. Les pregunto mucho sobre su aventura, hasta que me ofrecen compartir una tortilla (son las tres de la tarde) lo que me turba un poco y aprovecho para marcharme a seguir con lo mío que, comparado con lo suyo, es una nimiedad.