MIS AMIGOS LOS MEDICOS.Sigo con las pruebas médicas. Todo el día sin comer (prescripción técnica). A las cinco de la tarde atravieso la ciudad de este a oeste con un sol inflexible golpeándome la cabeza. Cuando llego a la sala de espera veo a dos o tres enfermos con sus respectivos acompañantes (se nota quienes son los enfermos). Después de media hora de espera, me dejan pasar por una puerta que prohíbe el paso (ventajas de estar enfermo). La mujer joven vestida de verde que me acompaña, habla con alguien de la sala y para finalizar la conversación dice -para cagarse– . Empezamos bien, me digo. Detrás de la puerta habitan médicos y enfermeras que parecen más enfermos que nosotros, los de fuera: pálidos y con aire desfallecido caminan de un lado para otro con una expresión evanescente y triste. Apenas entiendo lo que me pregunta la mujer que se dedica, durante mucho tiempo, a deslizar por mi vientre un aparatito unido a un cable y a mirar en una pantalla. Me preocupa un poco el asunto. Vuelvo a mi casa, cruzando la ciudad en sentido contrario, acompañado por el sol, fijándome en las estatuas de reyes y emperadores (abundan en la innombrable) y pensando que a ellos no les pasaban por el cuerpo máquinas incomprensibles, enfermeras y médicos vestidos de verde y algo tristes; al menos por las tardes.
28 JUNIO 2007
© 2007 pepe fuentes