LA MUESTRA lleva el título del nombre de la ciudad (la innombrable) en el cielo, y sí, indudablemente Jose María se ayuda del cielo para fotografiar su ciudad; probablemente porque la ama y no se conforma con menos. Espera pacientemente (su muestra abarca doce años: 1993-200, a que el cielo emita luces, vibraciones, influjos, elementos que la engalanen, que la embellezcan y una vez que sucede, allí está él con su cámara, frente a la ciudad (que en este caso está oculta tras el montículo). Sabe lo que debe hacer en cada circunstancia; no hay prisa, no negocia con la urgencia del tiempo, porque a lo que se ama no se le regatea nada. Jose María, además, aporta generosamente su sabiduría fotográfica, que es mucha, y que conecta con el clásico concepto de filosofía fotográfica de los maestros Weston, Adams y otros, que transcendentalizaban los paisajes y sus motivos a través de una mirada y tratamiento poéticos, misteriosos, límpidos y espléndidos (esa manera de hacer está en desuso o desdibujada por la velocidad a la que se mueve este lenguaje). Sus imágenes reinventan lo sabido, perdonan, y a mi, que no amo a «la innombrable», me ayudan a soportarla con una sonrisa y hasta a comprenderla un poco.
«Toda obra de arte está muerta cuando se la priva del amor.» André Malraux