Sólo sé que cuando camino por ella, mi vista se dirige obsesivamente a sus muchos espacios cerrados. A las ventanas herméticas, enrejadas y oscuras, porque dentro no hay luz, ni vida, ni nada. También me detengo delante de sus puertas selladas por el polvo. Hay mucha muerte entre sus muros, en sus subsuelos abovedados, en los dobles fondos de sus penumbrosas sacristías. Me fascina mórbidamente y detesto al mismo tiempo tanto silencio, y tanta nada.
«Las ciudades, para mantenerse vivas, deben permanecer abiertas, en funcionamiento real, no ficticio como si fueran teatros. Wiel Arets (arquitecto)