Habían quedado atrás la magia del silencio y las llanuras despobladas y luminosas. Cuesta abajo, a una velocidad creciente, llegamos, sin darnos cuenta, a las inmediaciones de Los Ángeles. A medida que avanzábamos la autopista se ensanchaba y la circulación se complicaba. La entrada en la ciudad resultó una carrera frenética para llegar no sabíamos dónde. Veníamos de espacios interminables y tranquilos e, inesperadamente, nos habíamos metido en un tráfico histérico. Por fin llegamos a una zona costera de la ciudad; paramos y dimos un paseo para aclimatarnos al nuevo escenario.
6 NOVIEMBRE 2007
© 2007 pepe fuentes