Caminábamos despacio olfateando imágenes, pero no, no aparecían. Nos sentamos en la calle a tomar un café y ver pasar la gente que, a esas horas, parecían estar en un estado de alucinación (nosotros también). Al rato, nos dimos cuenta que muchos de ellos entraban en un gran local que estaba al lado. Se trataba de un lugar fantástico: el teatro o cine de la fotografía. Estrenaban Wicked. La gente que se había acumulado en el vestíbulo escribía su nombre en un pequeño papel y lo echaban en un bombo. Poco después se celebró el sorteo de unas cuantas entradas para el estreno, con un sensible descuento. El tipo de público era muy peculiar: personas mayores, familias completas, parejas de homosexuales obesos, mujeres de mediana edad muy maquilladas, con vestidos falsamente elegantes y zapatos de tacón, acompañadas de niñas pálidas que ya acariciaban la adolescencia, personajes solitarios y sombríos de diversas edades. Lo curioso es que todos parecían conocerse. Sacaba las papeletas premiadas una joven animosa acompañada por su jefe (era el que mandaba), y actuaba de animador el acomodador jefe (había más, pero permanecían en segundo plano). Cada vez que la chica nombraba un ganador, todos los asistentes prorrumpían en una sonora y cerrada ovación (nosotros también aplaudíamos de buena gana, faltaría más). También nos entretuvimos especulando con quién sería el siguiente ganador (acertamos varias veces). Cuando las ovaciones decaían, el animador, de gestos ampulosos y amanerados, levantaba los brazos y pedía más aplausos: naturalmente le obedecíamos de inmediato. Los ganadores salieron exultantes del sorteo. Nosotros también nos fuimos bastante contentos: lo habíamos pasado bien participando en el asunto.
8 NOVIEMBRE 2007
© 2007 pepe fuentes