Volvimos sobre nuestros pasos despacio. Llegamos al lugar donde se celebra anualmente el acontecimiento glamuroso de lo que se conoce como Hollywood. Sabíamos que allí se materializa una vez al año la ceremonia de transustanciación: el espíritu se hace carne en forma de cuerpos estilizados, gestos desfallecidos, tules y gasas sofisticadas y perfiles seductores; en fin la condición humana en su versión divina, llega flotando sobre alfombra roja. Sin embargo, ese domingo por la mañana, allí sólo había turistas. No había quedado ningún testimonio del último espectáculo: un retazo de alfombra roja, o un jirón del vestido de una estrella; tampoco fotografías, ni aura, ni magia, ni nada. Mientras descansábamos tomando una cerveza, lo mejor que podíamos hacer es recordar diálogos de películas legendarias hechas allí (no es frecuente encontrar diálogos tan brillantes ahora), como por ejemplo El sueño eterno (1946) dirigida por Howard Hawks y protagonizada por Humphrey Bogart, como el duro detective privado Philip Marlowe, y Lauren Bacall. Está basada en la novela del mismo título escrita por Raymond Chandler, otro mítico personaje de Los Ángeles, aunque nacido en Chicago.
Philip Marlowe (Bogart): Su otra hija está mezclada en esto?
General Sternwood: No
Philip Marlowe: Son parecidas, se avienen?
General Sternwood: Mi sangre corrompida es lo único que tienen en común. Viviane, es malcriada, exigente, astuta y cruel. Carmen, sigue siendo una niña que disfruta arrancándoles las alas a las moscas. Supongo que tendrán todos lo vicios normales aparte de los que puedan haber inventado por su cuenta. Quizá le parezca un poco siniestro como padre, Sr. Marlowe, pero mi apego por la vida es demasiado leve como para preocuparme de hipocresías victorianas. No hace falta añadir que el hombre que ha vivido como he vivido yo y que a mis años se permite sentirse padre por primera vez, merece cuanto le pase.