Al niño le pasó lo mismo que a mí: quedó fascinado por el montaje engañoso. Agachándose por debajo de la cuerda que impedía el paso, se metió en el espacio virtual que tenía delante. Él tampoco alcanzaba a entender lo que ocurría: ambos, éramos los únicos ingenuos. Llevó demasiado lejos su ilusión: corrió y corrió para adentrarse en un espacio que él pensaba que sería venturoso y se golpeó violentamente con la realidad del cristal que le mantenía fuera del paraíso. No se rindió y lo intentó de nuevo, desesperado empezó a golpear el espejo con la cabeza, hasta que un adulto lo apartó de su desengaño. Yo también me alejé, un poco avergonzado por mantener falsas e infantiles ilusiones.
21 NOVIEMBRE 2007
© 2007 pepe fuentes