22 DICIEMBRE 2007

Me estoy apartando de mi propósito: contar el mágico momento en el que me crucé con ÉL. Yo iba vestido informalmente: pantalón de pana fina gris claro, camisa de rayas por fuera, algo desgastada ya, cazadora, gorra con visera (mi cabeza soporta mal el frío otoñal), zapatos de lona roja y gafas de sol. Caminaba distraído como siempre, con la vista dirigida al suelo (no sé por qué lo hago, porque nunca me encuentro nada; quizá sea para no caerme), y al cruzarme con ÉL, tan elegante con su traje gris, con la cabeza alta, resolviendo asuntos importantes, muy importantes, desde por la mañana temprano (eran las 8:30), me sentí un pobre e insignificante ciudadano (así nos llaman los progresistas como ÉL a los que no pertenecemos a su clase dirigente). Me paré en seco una vez que pasó; el importante individuo olía bien, olfateé su perfume durante unos instantes porque el aire había quedado impregnado de su fragancia: iba dejando una estela aromática a su paso. –Quizá los grandes hombres de provincias se distinguen por su olor persistente-, me dije, y seguí caminando ligeramente  impresionado.