Qué alivio no ser artista y, sobre todo, no conocer a los artistas. He conocido a pocos artistas (claro, no ejerciendo, cómo voy a conocerlos). Es asombroso que todos se conozcan entre sí. Sólo hay que frecuentar libros, biografías, medios de comunicación para comprobar que todos se relacionan, se fotografían juntos, comen juntos, también meriendan y sobre todo cenan. Acuden a inauguraciones, presentaciones, conferencias de colegas y hasta crean asociaciones, academias y posiblemente hasta sindicatos. Supongo que mantienen conversaciones inteligentes y hay una gran empatía entre ellos -están en lo mismo-. Intercambian ideas, proyectos, ocurrencias y se observan de reojo con un puntito de envidia o desconfianza (eso sólo lo sospecho). También se apoyan mutuamente con la escenificación de sus contactos y amistades entrañables. Ponen en su escaparate promocional los ejercicios de amistad y lealtad a los que dedican sus más enfáticas expresiones. Un momento álgido de esos montajes (la vida es dura, qué le vamos hacer) es cuando uno de ellos cae, como las lealtades de clase se llevan hasta el borde mismo de la tumba (eso dicen, al menos), aparecen en el duelo y dedican ardientes panegíricos al caído (a ser posible delante de cámaras). De esa farándula se benefician todos los que participan en el asunto. Perfecto.
P.D. Como no me relaciono con esa privilegiada y creativa clase de personas, no tengo fotografías suyas, así que incluyo esta, que también es de gentes que se juntan, y aunque no creo que sean artistas, se encuentran en un escenario muy bonito.