El otro día, azarosamente, me encontré con un tipo de mi edad, levemente conocido, al que pregunté que tal le iba en su vida. Me contestó que muy bien; que tiene un buen trabajo y que, por las tardes, después de salir del mismo, va a un seminario a seguir estudios religiosos. Le miré más atentamente de lo que había hecho hasta ese momento, observé su cara, sus rasgos, intenté adivinar cuál habría sido su experiencia en la vida para que, una vez doblada la esquina de los cincuenta, se refugiara en la mística y que además asumiera el esfuerzo de estudiar la existencia y avatares de lo imposible: Dios (al menos para los pobres humanos). Podría haberse hecho artista que es casi igual, pero sin horarios; y además habría mejorado su aspecto. Aunque se reía y parecía satisfecho, noté en el ambiente un cierto tufillo a aburrimiento abismal: claro, los seminarios deben ser tan tristes por la tarde, sobre todo en invierno (supongo). Qué pavorosa pérdida de tiempo. Ah, a este tipo (el de la fotografía) no le conozco de nada, sólo sé que debe estar en el «rollo» porque desfilaba en una procesión con fervor (o lo parecía) y de edad debe andar en la misma.
27 DICIEMBRE 2007
© 2007 pepe fuentes