(doce horas). Sigo con el escrito del veintisiete de enero de dos mil seis que desaparecerá en el limbo: «Él había descubierto solo, como esforzado y solitario explorador cultural, vastísimos territorios y había encontrado tesoros que escondía con avidez. Pasé muchas tardes con él, en aquellos años en los que yo empezaba también a vislumbrar que había un mundo lleno de libros y belleza que me interesaba y apasionaba (no tanto como a él). Mi camino cultural enseguida se alejó del suyo; su campo se encontraba en las librerías de viejo, en la historia, la geografía, el ensayo, la ciencia, la política y, especialmente, en el siglo XIX, en la ilustración y en la generación del noventa y ocho. A mí, sin embargo, desde el principio, me interesó la literatura, el cine y el arte contemporáneos. De todas formas nos oíamos con respeto, lo que no sé es si llegábamos a escucharnos del todo, porque hablábamos de mundos alejados». Me llamaba la atención que en sus conversaciones, si duraban más de cinco minutos, siempre aparecía su padre: siempre se remitía a lo que decía su padre, a pesar que hacía muchos años que había muerto; era para él una figura reverenciada. Mi amigo modelaba, esculpía, creaba, como no podía ser de otra forma en un carácter tan singular.
Regresamos de Chicago. Lucía Mae se ha quedado durmiendo tranquilamente