El viaje a Chicago me ha servido, además, para leer Brooklyn Follies, de Paul Auster. Es un escritor de buen aspecto físico (será porque está satisfecho consigo mismo; supongo), al que llevaba mucho tiempo queriendo leer en una novela larga. Hace poco leí El cuaderno rojo (corto) y me gustó bastante. Brooklyn Follies es sumamente entretenida, se lee con placer y resultó perfecta para la incomodidad de aviones y aeropuertos… pero sospechosa. Algo huele a arreglo complaciente: primero, panorama desolador, luego, poco a poco, todo se va arreglando; los enfermos se curan, los solitarios encuentran compañía, los desenamorados se enamoran, los gordos adelgazan y los pobres se enriquecen. Ganan los buenos (que lo son, por cierto) y los malos son condenados a desaparecer tristemente: ¡qué bonito! Y encima, y ahí está su virtud, resulta creíble; o mejor dicho, satisfactoria. A medida que los héroes, repletos de valores humanistas y modernidad se recomponían, notaba que yo también me reconfortaba y me alegraba con su suerte. Al final, un último párrafo describe la felicidad embriagadora del protagonista, pecaminosa, casi, por excesiva. Leeré muchísimo a Paul Auster a ver si se me pega algo y llego a los sesenta con tan buena pinta como él. ¡Viva Paul Auster!
23 ENERO 2008
© 2006 pepe fuentes