(veinte horas) de cara a los demás, da igual, no es importante. Para qué o quién escriben los destinados a publicar: trascender su pequeña o gran historia, ganar dinero (si se lo compran), que les hagan caso, hacer arte con lo suyo, emular a Dios (aunque para eso ya está Ratzinger), combatir la soledad y retardar la muerte (para eso no es necesario ser reconocido), o, simplemente, porque tienen un talento incontenible y se merecen que les hagamos caso (como Auster, claro). Lo cierto es que no tengo ni idea. En mi caso tendría que tenerla (por encontrarme cerca), pero tampoco sé muy bien; debe ser porque no tengo psicoanalista. Quizá se trate de encontrar un precario equilibrio entre la terapia ocupacional y la desesperación; creo que me he pasado un poco en lo de la desesperación, pero literariamente queda bien.
Para Agamben, placer e invisibilidad son los guardianes de esa gloria solitaria que su cueva ha revelado un día al niño: «Porque el poeta celebra su triunfo en el no-reconocimiento, como el niño que se descubre temblando -genios loci- desde su escondite». Enrique Vila Matas