en mi tribulación empecé a liarme hasta con los pabellones: eran dos y otro más en un segundo nivel. Claro, las obras no ayudaban, y para el nombre de las galerías no me quedaba espacio en la cabeza ¡qué desastre! Empecé a darme cuenta de que no era sólo que pudiera haber pasado hacía una hora por el mismo sitio, no, es que podía ser que lo hubiera hecho hace un año, o dos, o tres. Había obras que llevo viendo años; sí, seguro. Que poco se renueva el mercado (del arte), me dije, y seguro que ni siquiera tienen fecha de caducidad. A este tipo gordo y blanco, que por cierto me gusta mucho, llevo viéndole desde que recuerdo, aunque supongo que serán clónicos en distintas posiciones y con distintos gestos: ahora de pie, luego tumbado, estrellado contra el suelo, contra la pared, subido en una escalera, debajo, en fin; el autor de semejante hallazgo plástico (no sé quién es), tiene mareado al personaje (y a los visitantes estresados, como yo). El arte (en el mercado) es como la vida, una eterna repetición, y así hasta la muerte. Hay artistas que han entendido muy bien de qué va esto.
21 MARZO 2008
© 2008 pepe fuentes