subimos y bajamos mucho por las calles, hasta que, como siempre nos pasa, nos damos cuenta de que ya hemos pasado por ellas varias veces; entonces nos paramos y nos preguntamos ¿qué hacemos? No contestamos, claro, para qué, si ya sabemos que seguiremos haciendo lo mismo. En las ciudades extrañas, bellas y poco conocidas (para nosotros), lo único sensato que se nos ocurre es caminar y caminar, incansablemente, y esperar a que la ciudad vaya penetrando en nosotros. Siempre tardan en darse, no es fácil: como el deseo, es una cuestión de química (o alquímica), hay que saber esperar el momento oportuno. Nunca (o casi) frecuentamos museos, iglesias y esos sitios en los que se acumulan objetos moribundos, muertos o momificados ya: es perder el tiempo; la vida, si es que existe, está en la calle.
5 ABRIL 2008
© 2008 pepe fuentes