Mi ya viejo conocido Plensa (lo digo porque su «actuación» en Chicago la conozco desde el mismo momento en que la terminó, aunque no lo supe hasta el otro día), tiene diez años más que el de ayer: Bernardí. Los dos son «orientales» es decir, mediterráneos y también, ambos, grandes artistas. Pues bien, de Plensa, dejé de mostrar esta obra que presentó en El mercado del Arte de este año, en Madrid. Representa la cabeza de su sirvienta, escaneada, naturalmente, dominicana, también naturalmente, y lo que hay alrededor (aunque mi impericia impida identificarlo) son zapatos. La metáfora (*) se pilla enseguida, claro si previamente te dan los códigos en una útil hoja de instrucciones (aunque sólo sean cuatro palabras para que uno pueda montarse el guión): extranjeros, desplazamientos, sacrificio, sufrimiento; en fin esas cosas tan queridas por los artistas, para realizar grandes obras y sacudir las conciencias de la burguesía occidental.
(*) No es imprescindible saber el significado que tiene para el artista la obra; como dice Plensa: las obras no tienen porque ser explicadas, es más, subraya: «Bachelad decía que intentar analizar una obra de arte es una forma de aniquilarla y yo estoy de acuerdo» (lo dice Plensa), aunque él sí razone las suyas, que para eso es el artista y le pagan por ello.