Qué puede hacer el fotógrafo para salvarse de la mediocridad a la que le aboca su lenguaje, tan subordinado a la reproductibilidad y a la tecnología? Combinar dos esencias que le son propias: la reproducción, aparentemente objetiva, con la ineludible lectura fragmentaria de esa misma realidad, que resulta, cuando menos, incierta y sospechosa. En mi caso, además, después de fotografiar escribo, y debe ser para despistar o para borrar las huellas de la culpa. Sin embargo, y en consecuencia, me será imposible eludir la acusación de superponer dos falacias, es decir, no creo que ambas se neutralicen y salga indemne. Hay un fotógrafo cuya obra está adquiriendo dimensiones míticas (creo): se llama Chema Madoz, y la razón es que inventa imágenes (hay más fotógrafos inventores, pero ahora no me acuerdo de ninguno); aunque para crearlas utilice objetos conocidos, genera imágenes nuevas y eso conecta directamente con la ilusión que tenemos todos de creer en la ficción. Madoz nos cuenta cosas que no habíamos imaginado y que además nos creemos. Eso sí es literatura fotográfica, por eso precisamente, por su aparente inocencia; le absuelva la historia. «Y lo cierto es que sólo podemos contar así, cabalmente y con sus incontrovertibles principio y fin, lo que nunca ha sucedido. Lo que no ha tenido lugar ni ha existido, lo inventado e imaginado, lo que no depende de ninguna verdad exterior. Sólo a eso no puede agregársele ni restarle nada, sólo eso no es provisional ni parcial, sino completo y definitivo. Javier Marías
20 MAYO 2008
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