El deseo de ser conocido es una experiencia intrínsecamente decepcionante, la razón es que nunca se es lo suficiente; salvo que seas Ratzinger y sólo hay uno: la plaza está ocupada. Creo que el objetivo de ser completamente desconocido es mucho más razonable y estimulante porque está al alcance de la mano (al menos de la mía). Ya lo he conseguido en mi ciudad, luego en el resto del mundo, que ni siquiera saben que existo, me será muy fácil. En caso de que alguien lo estropee porque me recuerde vagamente, puedo probar soluciones drásticas, como mutar y convertirme en japonés, por ejemplo.
11 JUNIO 2008
© 1981 pepe fuentes