Lo de la dispersión inevitable y el despropósito permanente tiene una indudable ventaja: pasarme la vida moviéndome de un lado a otro, acercándome a todo y a nada y eso está bien, porque nunca se llega a ser seriamente nada en nada. También tiene una vertiente interesante; por ejemplo, después de haber escrito los días anteriores, azarosamente me he encontrado con este texto de Julio Ramón Ribeyro: «Uno de mis defectos principales es la dispersión, la imposibilidad de concentrar duraderamente mi interés, mi inteligencia y mis energías en algo determinado. Las fronteras entre el objeto de mi actividad del momento y lo que me rodea son demasiado elásticas y por ellas se filtran llamados, tentaciones, que me desplazan de una tarea a otra». Me ha gustado este texto, me he sentido acompañado, aunque más adelante, también dice: «Error que es necesario enmendar, pues hace tiempo sé, pero siempre olvido, que la información no tiene ningún sentido si no está gobernada por la formación». Bien, Ribeyro, correcto, al final te has puesto impecable; pero yo no considero necesario enmendarlo, total para qué.
5 JULIO 2008
© 1982 pepe fuentes