Me colocaba cerca y miraba hacía arriba, a las paredes rojas que caían vertiginosamente al polvo rojizo del valle. Los dioses de los navajos no se apiadaron de mí y no me revelaron ningún secreto; me dejaron acercarme a sus enclaves fantasmagóricos de esbelta y convulsa belleza y nada más.
5 AGOSTO 2008
© 2006 pepe fuentes