Son las ocho de la mañana, enciendo el ordenador y me encuentro con la noticia del suicidio de David Foster Wallace, con cuarenta y seis años. Al alcance de la mano tengo Entrevistas breves con hombres repulsivos, que publicó en 1999, a medio empezar. Los hombres de talento como él no deberían morirse nunca y menos suicidarse, o al menos, él no debería haberlo hecho de forma tan abrupta estéticamente: se ha ahorcado. Quizá el hecho de matarse fuera parte de su equilibrio y de su razón de ser; o si no hubiera sido un potencial suicida, tal vez no habría escrito como lo hizo, brillantemente. Prefiero no seguir por estos derroteros; sé poco de sombríos rincones, vértigos trágicos y almas atormentadas. Quizá estos finales violentos sólo sean esplendorosos y artísticos portazos; finales de representación teatrales y efectistas. Al fin y al cabo representamos y actuamos constantemente y ¿quién quiere un papel de viejo? Envejecer, para qué. Ah, y esta pareja, ocasional o estable, o simplemente coincidentes accidentalmente en un negativo en mi vieja cámara grande, nada tienen que ver con Foster Wallace; aunque sí Foster Wallace con ellos.
27 SEPTIEMBRE 2008
© 2004 pepe fuentes