Lunes: cuatro de Agosto. Viaje a Death Valley. Perseguíamos paisajes, se resistían pero buscamos y buscamos con un calor sofocante que nos aplastaba. El problema de los paisajes es que siempre se parecen a otros ya conocidos: in situ o en fotografías (a pesar de lo que diga Hütte). Miras por el visor y te dices –esto me suena– pero claro, estoy aquí, ahora, tengo mi cámara en la mano, respiro, miro, vivo (todavía), por lo tanto, voy a fotografiar. Lo más probable es que no sea fotografía original, pero será la mía, la que me sale aquí y ahora (que para eso he venido hasta aquí desde la innombrable). Soy un turista, nada más. No se puede ser «artista» siempre. Ese día, en miradores señalados para gentes como nosotros, compartíamos la experiencia fotográfica, al mismo tiempo, con unas decenas de personas que dirigían sus cámaras a los mismos sitios, en el mismo momento, hacían los mismos encuadres y utilizaban la misma luz. Todo igual para todos. Para salirme del guión, un poquito, ésta la hice en el viaje de vuelta y es casi tan buena como las de Hütte, aunque más pequeña (un día de estos me extenderé más sobre los paisajes, si me dan ganas, claro). Últimamente lo del arte fotográfico sólo consiste en propaganda y gigantismo (de formatos e intenciones). Según un diccionario: Gigantismo: «enfermedad del desarrollo caracterizada por un crecimiento excesivo con relación a la talla media de los individuos de la misma edad, especie y raza».