Sigo con Barthes: «Ver fotografiados una botella, un ramo de lirios, una gallina o un palacio sólo concierne a la realidad. Pero, ¿y un cuerpo, un rostro, y lo que es más, los de un ser amado? Puesto que la Fotografía (éste es su noema) autentifica la existencia del tal ser, quiero volverle a encontrar enteramente, es decir, en esencia, «tal como él mismo» más allá de un simple parecido, civil o hereditario. Aquí la insipidez de la foto se hace más dolorosa; pues sólo puede responder a mi deseo excesivo mediante algo indecible: evidente (es la ley de la Fotografía) y sin embargo improbable (no puede probarlo). Ese algo es el aire». Creo en lo que dice, porque además es de una gran y sugestiva belleza. La lectura no me lo estaba poniendo fácil. Es por eso, quizá, porque entiendo muy bien lo que escribe, por lo que siempre me ha dado miedo adentrarme en la casi insalvable dificultad de descubrir alguna de las esenciales sombras del fotografiado: «el aire» de Barthes. Me volví a sentar.
8 DICIEMBRE 2008
© 2008 pepe fuentes