Mi fracaso escolar siempre me ha obsesionado; llegó a unos extremos que se podrían asociar a un caso de profunda subnormalidad. Lo que ocurrió es que como a nadie pareció importarle mucho, me permitió pasar desapercibido (aún sigo consiguiéndolo sin demasiado esfuerzo). Como decía, mi obsesiva fijación me ha llevado a visitar, muchos años después y siempre que he podido, mis viejas escuelas. Ésta, por ejemplo, es la escalera del colegio donde estuve tres años: la primera vez con nueve y una segunda, dos cursos, con trece y catorce. Era un lugar tétrico, exactamente igual a como aparece en esta fotografía, muchos años después. Pero no, el siniestro aspecto y su muy baja calidad de enseñanza, no fue la causa de mi fracaso: ese ya lo llevaba yo conmigo desde que nací; en el mejor colegio del mundo yo habría sido el mismo. Uno es quién Es, ineludiblemente.
13 ENERO 2009
© 2000 pepe fuentes