El año pasado, concretamente el veinticuatro de diciembre, salí a dar una vuelta por la ciudad (la innombrable). Era mediodía y a esa hora algunas gentes salen a los bares a tomar aperitivos de tradición navideña y popular. Hasta ahí todo normal. Sólo había un problema: en determinados sitios o bares casi todos eran conocidos para mí. Miré atónito en torno mío y empecé a sentir un malestar creciente: todas aquellas personas, a las que hacía años que no veía, parecían salidas de una pesadilla, de un mal sueño. A algunas apenas si las reconocía: o habían engordado desmesuradamente y sus cuerpos eran un amasijo de carnes fofas, o sus rostros se habían consumido poblados de arrugas y sequedades.
20 ENERO 2009
© 2002 pepe fuentes