…Ambos pertenecíamos al mundo rural, habíamos aprendido a andar y hablar entre piedras, tomillo, esparto y maleza, con un horizonte silencioso de rastrojeras y retamas. Supongo que nos vimos por primera vez en la plaza de nuestra minúscula ciudad, donde nos reuníamos los domingos a las cuatro de la tarde, para urdir la gris estrategia que casi nunca nos proporcionaba demasiada diversión, más bien todo lo contrario: creo recordar que la sensación era de decepción resignada y un poco acomplejada. Quizá tú no lo vieras así porque eras más positivo y además creo que te sentiste bien entre nosotros, aunque acababas de conocernos. Recordarás que te encontraste con un grupo de buenos y aburridos chicos: Jesús, Julián, Antonio, Laureano, Manolo y alguno más que ni siquiera recuerdo. No éramos una pandilla porque no transgredíamos nada y además, y creo que es importante tenerlo en cuenta, en nuestra «no pandilla» nunca hubo chicas. Esa frustrante inepcia por nuestra parte fue lo más terrible que nos pudo pasar y seguramente nos ha marcado, al menos a mi sí, porque el desinterés de «ellas», en aquellos años, siempre me ha hecho sentir que el paraíso era inaccesible para mí. En aquella época me quejaba, especialmente a ti, de mi fracaso constante con las chicas; creo recordar que fue una pesadilla, aunque contaba contigo que me escuchabas y soportabas con paciencia. Tú, sin embargo, relativizabas más el mundo femenino y crecías más equilibrado. Siempre he creído que pagamos caro nuestro apocamiento, o no, porque los que entonces me daban envidia por su desenvoltura y osadía, ahora, cuando me tropiezo con alguno, me parecen perfectos majaderos…
14 MARZO 2009
© 2008 pepe fuentes