Seguí caminando por el paraje y a lo lejos divisé unos charcos sobre una superficie de piedra extensa y plana. Me acerqué y fotografié con poco entusiasmo, porque prefiero los charcos cenagosos, iguales a los que me gustaba chapotear de niño con mis botas negras de goma (creo recordar que las llamábamos katiuscas). Aquellas botas me parecían mágicas: me permitían hacer lo que sin ellas habría sido sencillamente idiota, porque me habría empapado los pies.
10 ABRIL 2009
© 2009 pepe fuentes